martes, 4 de enero de 2011

¿Creés en los Reyes Magos? ¡Por supuesto!





Siempre tuve cierta predilección por ellos. En verdad me caían mucho mejor que el sonrosado (y excedido de peso) Papá Noel. Eran tres, eran de diferentes razas, viajaban en conocidos camellos antes que en improbables renos voladores y representaban la última posibilidad de un regalo como la gente (¡cómo odiaba entonces esa remerita y los shorts de baño que me había obsequiado el viejo barbeta!). Mis preferidos, entrañables y maravillosos Reyes Magos.
Mago es una palabra de origen persa. Magush, así se pronunciaba, era el miembro de una antigua tribu de la meseta del Irán que, con el tiempo, vino a dedicarse de manera exclusiva a las funciones de culto. Un mago era, allá por el siglo VI antes de Cristo, simplemente un  sacerdote. Cuando Zoroastro, el gran profeta iranio, predicó su religión algunos magos se le opusieron, pero la mayoría terminó aceptando su mensaje y así se convirtieron en el clero oficial del Imperio Persa. De este modo los conocen los griegos y la palabra ingresa en su lengua para referirse tanto al individuo de una tribu irania, un cuerpo de sacerdotes y, más tarde, un sabio versado en tradiciones ocultas, quizás porque Babilonia, una de las ciudades del Imperio, era ya famosa por sus adivinos, astrólogos y eruditos.
La palabra tenía, allá por los tiempos que marcan el comienzo de nuestra cronología, esa deliciosa ambigüedad que tanto nos fascina. Un mago, sacerdote, hechicero, sabio, era un personaje fabuloso, dotado de un conocimiento oculto, versado en antiguas tradiciones, lector de prohibidos volúmenes y, como resultado de todo esto (en un tiempo en que la ciencia era repetición y no revolución), un hacedor de maravillas. La magia se había convertido ya en lo que hoy nos evoca; la posibilidad de lograr deseos por medios maravillosos, saltándose etapas, obligando a la materia a trabajar para nosotros por la mera fuerza de nuestras palabras.
Así las cosas aparecen esos sorprendentes cristianos.
Mucho habría para decir de esas gentes que revolucionaron el ordenado mundo del Mediterráneo romano. No es el momento y todos, quien más, quien menos, los conocemos, pero baste para señalar que ellos tampoco se consideraban una novedad: aceptaban con agrado la herencia recibida de los judíos y de los griegos y se presentaban como la superación de todas las religiones. Consideraban como su fundador a un rebelde de Judea, crucificado por los romanos, llamado Jesús y pronto circularon, en sus comunidades, relatos sobre su vida y sus prodigios; no era, ciertamente, un mago, pero tenía esa misma aura maravillosa…
Un  cristiano de Siria, a quien conocemos como Mateo y de quien intuimos su vinculación al judaísmo fariseo, decidió poner por escrito algunas de esas tradiciones y lo hizo tomando lo que ya había redactado un tal Marcos, pero añadiéndole información propia. Fue el segundo evangelio en ser compuesto y se abre con una narración sobre la infancia de Jesús. A este texto debemos algunas imágenes que se han vuelto típicas en el recuerdo cristiano; las dudas de José ante el embarazo de su prometida, el nacimiento de Jesús, descendiente de David, en Belén de Judea, la crueldad de Herodes con su matanza de los Inocentes y la huída a Egipto de la familia del Mesías. Un elemento fundamental de esa trama lo constituyen los magos venidos de Oriente.
Mateo nos comenta, aunque el evangelio de Lucas, que también se refiere a la infancia de Cristo no dice nada de esto, que unos magos llegaron a Judea, más concretamente a Jerusalén, preguntando ingenuamente por el nacimiento del rey de los judíos. Daban por todo fundamento de su intromisión en la política local (Herodes era el rey, con el apoyo de los “marines” romanos) cierta estrella que había aparecido en “el crepúsculo matutino” (el oriente traducen nuestras Biblias, pero la que les propongo es astronómicamente correcta) para señalar el cambio de régimen. El resto es conocido, Herodes les dice que nada sabe pero sus sacerdotes indican que una profecía parecía decir que el hecho sucedería en Belén, a escasos siete kilómetros de allí, los magos van en la dirección indicada y Herodes le pide que le informen si hallaron al pequeño rey con la oculta intención de matarlo (que los magos no perciben). La estrella vuelve a aparecer y guía a los sabios orientales hacia la casa (no se menciona ningún pesebre) donde encuentran a Jesús en brazos de su madre, le regalan generosas porciones de bienes suntuarios de la época (oro, incienso y mirra) y se disponen a volver para avisar a Herodes. Un oportuno sueño les indica lo obvio; no deben confiar en el taimado rey y entonces deciden regresar a su tierra, en Oriente, por la ruta alternativa. Herodes se irrita, ordena una matanza (que la historia no registra), José, María y Jesús huyen a Egipto y las madres de Belén se lamentan por sus hijos asesinados…
Mucho habría para comentar aquí. Mateo juega con los procedimientos literarios de los rabinos de su tiempo; alusiones a episodios de la Biblia, palabras de doble sentido, insinuaciones a eventos contemporáneos.
La estrella era un símbolo del Mesías y había sido mencionada por el adivino pagano Balaam (que algunos identificaban con Zoroastro) más de mil años atrás, el profeta Isaías, así como Salomón en el Salmo 72, habían hablado de dones entregados a un poderoso rey judío por los monarcas de países extranjeros, los magos persas solían mencionar a un Salvador, nacido de una virgen, anunciado para restaurar la justicia en el mundo y no eran infrecuentes suntuosas embajadas venidas de Persia o alguna de esas maravillosas tierras del Oriente, cargadas de presentes para el César de Roma. Los textos de la época, por otra parte, aparecen repletos de referencias a fenómenos celestes; estrellas, cometas, halos y figuras extrañas, creados por los dioses para marcar eventos políticos de importancia.
Los magos de Oriente, nos quiere decir Mateo, son los primeros paganos extranjeros que reconocen al Mesías oculto. Este niño que está historiando, destaca, es el rey de reyes, el salvador esperado por todos los pueblos del mundo,  el que destruirá el poder de Roma y Aquel en el cual Dios se hace presente. Podemos creer o no en todo esto, podemos poner en duda el valor de las pruebas del evangelista, podemos dudar; pero lo cierto es que el relato de Mateo es un maravilloso ejemplo de economía expresiva e insinuante estilo.
Los eruditos posteriores han querido saber más de los magos y de su estrella. Unos han dicho que eran tres, y esta tradición ha prevalecido, confiándonos sus nombres; Melchor, del hebreo Rey de luz, Gaspar, un nombre iranio que puede evocar a Gondofar, rey de los sakas (en los limites de la India) y puede interpretarse como Encontrará la Gloria, y Baltasar, un transparente nombre babilonio que significa Baal protege al Rey. Se los describe como un anciano con la barba blanca (¿Gaspar? ¿Melchor?), un hombre en la flor de la edad (¿Melchor? ¿Gaspar?) y un joven (sin dudas Baltasar), de quien, más adelante, se dijo que era de raza negra.
Moneda de Gondofar I, rey de Sakastán... ¿Gaspar?
También nos cuentan que vieron la estrella, en realidad una conjunción de Júpiter (planeta de los reyes) y Saturno (protector de los judíos) en la constelación de Pisces (Piscis para que nos entendamos, señal de una nueva era) en tres ocasiones (mayo, octubre y diciembre) durante el año 7 antes de Cristo. 

Imagen de planetario, atardecer del día 5 de diciembre de -7 
Agregan, para que nuestra curiosidad quede satisfecha, que los magos llevaron los pañales de Jesús a su tierra y allí descubrieron, ¡prodigio!, que no se quemaban al contacto con el fuego motivo por el cual lo conservaron al menos hasta la época de Marco Polo; quien menciona este tejido de asbesto… Por último es sabido que los cuerpos de los magos, que por asociación con los textos bíblicos de Isaías y el Salmo 72, devinieron en reyes, descansan en la Catedral de Colonia (Alemania) regalados a esa ciudad por el emperador y cruzado Federico Barbarroja.
Una de las más antiguas imágenes de los Magos. Aquí el joven es Melchor
Otros prefieren contar otras historias con más reyes (hasta doce o ¡incluso treinta!), de las cuales tal vez la más interesante sea la del cuarto, y obstinado, rey mago, diferentes estrellas y bordoneos novelescos en tierras asiáticas…

Los tres magos en versión Hollywood (Ben Hur)






En cuanto a mí espero a los Reyes cada noche del cinco de enero, aunque no siempre porten regalos para mí, ayudo a mis hijos a juntar pasto y agua para los camellos (sí ya sé no la necesitan, pero…) y pongo los zapatitos en el comedor antes de irme a dormir ansioso. Quizás al amanecer, con suerte, encuentre en ellos aquel Rasti 1000 que esperé en vano durante mi infancia.

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