miércoles, 17 de marzo de 2010

Os defenderé, mi dama, con la solidez de mi tarja. ¿Aceptarán Visa?




La guerra es asunto serio, dice Sun Tzu. Y protegerse durante la batalla, también.

Entre los elementos de la panoplia, aún vigente, figura el escudo. Rodela manuable a veces, pesados trastos de madera y cuero como torres o como caparazones portátiles, el escudo fue siempre el elemento privilegiado de defensa; para el guerrero antiguo y para el policía antimotines.

Una antigua palabra indoeuropea, dergh, que tanto designa al borde como a la acción de aferrar, dio origen, entre los francos, a targa.

La targa fráncica, targe en francés e inglés, era un escudo de dimensiones variables que, novedad importante, tenía dos tiras de cuero para aferrarlo a la vez con las manos y, como un lazo, con el resto del cuerpo. Este vocablo dio, en español y desde principios del siglo XV según Corominas, tarja; definida como un gran escudo que cubría todo el cuerpo.

De tarja proviene nuestro moderno vocablo tarjeta, tarja pequeña, y también el inglés target; blanco, aludiendo a la costumbre de colocar una pequeña tarja (targette) para hacer puntería.



No paran allí los avatares de este escudo real y metafórico.



Porque como en la traja se pintaban los emblemas del caballero que la portaba, también la palabra deslizó su sentido al de emblema y, desde allí, al de una moneda que llevaba, por supuesto, las insignias reales.

Como podemos ver las nociones de escudo y protección no estaban lejos, casualidades o no, de las de dinero y caudal. La tarja nos protege, pero también el dinero es un escudo suficiente… y en aquellos tiempos ya se prefería la tarja acuñada a la tarja del guerrero.



En nuestro país hay una tarja famosa. Se trata de la donada por las damas de Potosí (hoy parte de Bolivia) al General Belgrano en homenaje por sus victorias de Salta y Tucumán. Belgrano, todo corazón y patriota de lo que ya no hay, la donó y fue exhibida durante varias semanas en los balcones del Cabildo. Está, si mis datos no me fallan, en el Museo Histórico Nacional. Es un escudo de un metro setenta, barroco, de plata y con adornos de oro. Vale la pena contemplarlo un largo rato, por su rara belleza y su profunda simbología americana.



Fue por esas épocas que la palabra tarja dejó de usarse, excepto en alguna regiones hispanohablantes donde devino en marca de venta al fiado; tal vez por contaminación con tajar.

El diminutivo, por su parte, cobró una nueva vida. De escudo pequeño, pasó a ser emblema dibujado en un trozo de cartulina, y se convirtió en uno de los símbolos del largo siglo XIX; la tarjeta de visita.

La tarjeta de visita era el escudo heráldico de los burgueses. Si el caballero antiguo pintaba sus armas sobre la tarja, el moderno gentilhombre del dinero y de la industria, grababa sus iniciales en la blanca superficie de la tarjeta. Si los toques del rival sobre el escudo representaban modos y figuras del desafío, los dobleces del próspero hombre de negocios sobre su tarjeta de visita indicaban diversos eventos de la vida social y comercial.



Así mismo aquella fue la época de la tarjeta postal. El testimonio icónico de los viajes, de la recreación, de la posibilidad de ir más allá por obra de la fortuna, del trabajo o de la cortesía.


De estas tarjetas de cartulina a las modernas tarjetas plásticas hubo un solo paso, y se dio en el siglo XX.

Cuenta la leyenda urbana, a todas luces falsa pero ilustrativa, que un opulento individuo, en los portentosos Estados Unidos, se encontró sin blanca al final de la cena. Urgido a pagar la cuenta se convirtió, sin quererlo en el predecesor de tantos; echó mano de una tarjeta (unos dicen de su exclusivo club, otros con su nombre impreso) y la entregó al camarero asegurándole el pago de la deuda contra su presentación al día siguiente. El mesero aceptó la tarjeta, sin pedir otra validación pues eran otros tiempos, y la cuenta, nos cuentan, fue saldada en el plazo previsto.

Había nacido, mito mediante, la tarjeta de crédito.

En otros sitios, más oscuros y nada suntuosos, las tarjas seguían siendo una caña o palo sencillo en que por medio de muescas se va marcando el importe de las ventas, hasta el punto que tarjar era sinónimo de adeudar y en México de hacer muescas en un arma para llevar la cuenta de los muertos

Como sea.

Las tarjetas, de visita, postales o de embarque, así como las que exhibe el árbitro de fútbol ante una jugada desconsiderada, se volvieron emblemas en sí mismas. Las últimas en llegar, las de crédito, se han vuelto las más populares en estos tiempos de consumo e inflación controlada.


Y no olvidemos, porque la estamos usando ahora mismo, a la escondida pero indispensable tarjeta de memoria. Escudo contra la pérdida de datos.



Las tarjas, sin embargo, ya no se usan más. Ahora es el tiempo de las tarjetas, las pequeñas tarjas que nos defienden de los presupuestos ajustados, de los vencimientos inesperados y los regalos ineludibles. Unos broqueles pequeños y minimalistas que, como todo escudo, pueden protegernos pero también, recordemos los combates homéricos, hacernos tropezar y perecer bajo el peso de la pequeña tarja; la tarjeta.




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