Están en la primera línea. Siempre.
Marchan al frente con las banderas en alto. Corean consignas que hablan de intransigencia, disputa del espacio, triunfo sostenido en indignaciones varias.
Son puristas. No se suman a las causas mayoritarias porque, intuyen, algo hay errado en las grandes masas. Sobre todo en las masas que ellos no convocan.
El paro general, sin embargo, los puede, los seduce, los arrastra. Es un momento de goce, un pregusto del paraíso que lograrán tras la Revolución. Tanto es así, que no importa entonces quien llame a la huelga general, ellos estarán allí, presentes. Para agregarle el necesario adjetivo "revolucionaria" y fantasear que por medio de ella se redimirán todos los males, el pueblo se alzará como uno solo y el alba saludará a un gobierno proletario.
Es un sueño, por supuesto, nada les molestaría más que se cumpliese.
Están en el mejor de los lugares posibles. La crítica. Ponen el cuerpo, nadie lo niega, pero es un esfuerzo estéril. Funcionan más o menos así:
Imaginemos lo que se llama una dirección combativa, la delegación local de un sindicato, una comisión interna, una agrupación universitaria o una exigua minoría en el Congreso de la Nación.
Ante un problema puntual su respuesta será la misma: Nada puede hacerse si no se cambian las relaciones de producción. Estas cosas van a seguir pasando hasta tanto no hagamos la Revolución.
¿Te echaron del laburo? Es la injusticia del sistema capitalista: ¡Revolución ya!
¿Se tapó la cloaca del barrio? Es que las empresas lucran con nuestros desechos en el sistema capitalista:¡Revolución ya!
¿Te liquidaron mal las horas extras! No, no importan los cálculos, te están explotando: ¡Revolución ya!
¿Tu novio te dejó! ¡Revolución ya! ¿se te quemó la comida? ¡Revolución ya!
Cuando el problema pasa a ser de más de dos personas, se transforma en un problema colectivo y rápidamente editan un volante, no menos de 1588 palabras, explicando la opresión que sufren los trabajadores de tal o las empleadas de cual... No importa si son dos, tres, doscientos o mil; a los combativos les gusta generalizar y eliminar los matices.
Entonces comienza la lucha.
Medidas de acción directa, huelga, volanteada, marcha, banderazo... los abrazos simbólicos no son de su agrado, mucho menos los ayunos o el boycott que tienen un no sé qué de religioso o pequeño burgués. No les gusta el recurso a las armas, más por amor a sí mismos que al prójimo. Después siempre se podrá criticar a los "violentos". Como tantos, los combativos pertenecen al bando: ¡Animémonos... y vayan!
De entrada plantean la victoria como única opción . Victoria que signfica la caída del capitalismo, Victoria que saben imposible, es parte de su estrategia, camaradas....
Están en todas partes, a toda hora, en cualquier momento. Dejan de lado toda responsabilidad personal, compromiso, laburo o cita amorosa. La huelga los llena por completo, es una experiencia mística, una comunión con las luchas de todos los proletarios del mundo, un orgasmo colectivo.
Hablan en improvisadas tribunas porque son (o eran) magníficos oradores aunque con escasa sustancia. Muchos, pero cada vez menos, se saben de memoria las obras de los Santos Padres y suelen usarlas para demoler argumentos con escolástica destreza. Hoy, no obstanten, prefieren citas de Los Redondos o La Renga, consignas vacías y los infaltables ataques personales. Entere los combatientes sub treinta pocos saben leer y menos, redactar un texto; son una especie de barrabravas barnizados con reclamos sociales; barderos de izquierda si se me permite la expresión.
El momento que más temen es cuando la lucha se agota. Cuando el reclamo planteado no es atendido o, peor, cuando sí es atendido. Obtener lo que demandan es su más terrible pesadilla, temen a esto más que cualquier tipo de represión; más aún, aman, desean, anhelan la represión que los redime y justifica como los cristianos que en el fondo siguen siendo. Sin embargo, si la fábrica, la empresa, el gobierno o el mismísimo Señor de los Ejércitos los convoca a dialogar, un sudor frío corre por su espalda, se miran unos a otros, parpadando, se pellizcan los brazos y se dicen: ¿No estaremos traincionando la causa?
Si pueden hacerlo prefieren dejar en manos de la Asamblea la decisión sobre que respuesta dar. Manipulan el debate todo lo posible, son expertos en chicanas, para que se adopte la moción que presentan: Rechazo y continuar la lucha hasta que caiga el capitalismo.
Si triunfa salen ufanos, provocan a los agentes de policía y esperan que los repriman. Si, pese a todos sus esfuerzos, no los muelen a palos (en especial a los demás, ellos salen raudamente a buscar las cámras de televisión), entonces boicotean el diálogo entablado hasta que la empresa o dios mismo se cansen y los manden a paseo. Entonces proclaman, por el medio de prensa que se venden a sí mismos, la intransigencia de los poderosos, anuncian un futuro brillante, una revuelta popular y, por supuesto, concluyen diciendo:¡Revolución ya!
Si no son ellos los que deban negociar entonces están más que felices. Alguna vez he llegado a creer que manipulan las elecciones para salir segundos y no tener que tomar decisiones...
Cuando es otro el que trata con la Patronal, los combativos están en su salsa.
Porque ese otro es aquel a quien odian más que a la misma Patronal.
Porque quieren que le vaya mal.
Porque pegarles es gratis y siempre será apoyado por la mayoría, incluso por aquellos que no simpatizan con los combativos, pero son fervientes cultores de la bronca privada.
Sea cual sea el resultado de la negociación es evidente que las dos partes debieron ceder algo, por eso se llama negociar, y constituye la razón de ser de la política.
Los combativos, entonces, saben que tienen todas las de ganar. Buscan con lupa la letra chica del acuerdo, hallan el punto que no salió tal como estaba previsto, descubren que tal o cual colectivo no sale bien parado en el acuerdo, aguzan el oído y se compruban con inocultable satisfacción, la amarga realidad: todo muy lindo, pero el segundo violín desafina...
Y se montan sobre ello.
Y son felices proclamando que la dirigencia traiciona a las bases, abusando de palabras como burocracia, contubernio, negociado, engaño y complicidad.
Y se yerguen como los impolutos guardianes de los derechos de las masas.
Y lanzan proclamas y comunicados.
Y son apoyados por todos aquellos que se sienten traicionados, por los amargados, por los pesimistas, por los que no mueven un dedo pero lo alzan con frecuencia, por los que saben que oponerse a todo no compromete a nada y paga un montón.