Con la excepción de nuestro propio rostro, nada nos es más desconocido que el otro. La apreciación de los rasgos personales se entorpece porque quien quiere conocer es parte interesada y sabe demasiado. La del ajeno, por las razones opuestas.
Muy pocos se han librado de las críticas maliciosas, del desprecio, de la acusación gratuita. El nombre del primero de los demonios es Satán, que puede ser traducido como calumniador.
Hablando del diablo, la Biblia está llena de incomprensiones de ese tipo. Si hay un hilo conductor, un tema que retorna, en la Sagrada Escritura es el del justo tratado injustamente. El propio mesías de los cristianos es descripto como alguien tan feo que nadie quiere mirarlo, un miserable indigno de compasión, un tipo despreciable, rechazado por todos. Endemoniado, loco, brujo, falsario, criminal serían algunas de las palabras que sus contemporáneos, incluso sus parientes, añadirían al nombre de Jesús. Quien, por cierto, dijo: “yo no juzgo” y agregó: “ustedes tampoco”. Frases que siguen estando en ese libro que blanden tantos indignados, a juzgar por la última vez que lo miré. Aunque, bueno, quizás no aparezca en sus versiones.
En la mitología, la diosa Feme, Fama en latín, era un ser atroz, que esparcía el rumor por las ciudades. Estridente como una trompeta, alada, no le importaba distinguir la verdad de la mentira. Así la describe Virgilio en la Eneida (canto IV, verso 180 y siguientes):
“Dícese que irritada con los dioses
la Madre Tierra la engendró postrera,
fiera hermana de Encélado y de Ceo,
tan rápidos los pies como las alas:
Monstruo horrendo, enorme;
cada pluma cubre, oh portento,
un ojo en vela siempre
con tantas otras bocas lenguaraces
y oídos siempre alerta.
Por la noche vuela entre cielo y tierra
en las tinieblas, zumbando
y sin ceder al dulce sueño;
de día, está en los techos,
en las torres, a la mira,
aterrando las ciudades.
Tanto es su empeño en la mentira infanda
como en la verdad.
Gozaba entonces regando
por los pueblos mil noticias,
ciertas unas,
calumniosas otras.”
Este ser, cuentan, recorre el mundo y su aparición precede al estallido de las rivalidades, las rebeliones, las guerras.
Dejemos a los profetas y poetas, para evocar a otros personas que hoy consideramos héroes o ejemplos.
Sócrates era visto como un vendedor de humo y un corruptor de las costumbres, la democracia recién recuperada lo condenó a muerte. Suetonio nos dice que una de las pocas cosas buenas que hizo Nerón fue perseguir a los cristianos. Más cerca de nosotros, Lutero era un monje trastornado, según cierto papa, y todos estaban de acuerdo en que la princesa Juana, heredera al trono de Castilla, estaba tan loca como el epíteto que le endilgaron su padre y la historia.
Los revolucionarios siempre han tenido mala fama. Desde Espartaco, de quien los romanos hablaban como nosotros de los terroristas, hasta tipos como Washington, Bolívar, Gandhi o Mandela, todos han sido objeto de las más bajas acusaciones.
Más cerca de nosotros, si le preguntaban a los Escalada de Buenos Aires, gente decente, por ese soldado de acento andaluz y malos modales que se casó con Remedios contestarían, hay testimonios, que el tal Pepe San Martín era un bruto y un desagradecido. Opinión que suscribiría nuestro primer presidente, don Bernardino avalado por sus espías. Los chismes, denuncias falsas, exageraciones, mentiras exageraciones, falacias y difamaciones corren por toda nuestra historia y nadie, pero nadie, se salva de ellas. El bandolero Artigas, el anarquista Dorrego, el bruto Lavalle, el tiránico Rosas, el loco Sarmiento, el impío Wilde, el chupacirios Estrada, el taimado (y otras cosas) Irigoyen… Tampoco los grupos, los “indios” salvajes y vagos, los negros, ladinos, los criollos, indolentes, los españoles, crueles, los ingleses, ávidos, los franceses, pedantes, los judíos, usureros, la oligarquía (de antes), frívola e ignorante (la de ahora), los comunistas, apátridas, los radicales, chantas, los peronistas, bueno qué no se ha dicho de los peronistas, suma de todos los males…
De esto, claro, no se sigue que cualquiera que sea acusado de un crimen es, por este hecho, inocente. Razonamiento especioso que deleita a más de uno, convencido de que si todos dicen que algo es blanco entonces, necesariamente, tiene que ser negro. Tampoco debemos creer en supuestas perfecciones que desmentirían estas acusaciones. No entraré a opinar de los antiguos, pero no me cabe duda de que es dudoso que los nombrados tuvieran, siempre, una conducta intachable o, como dicen en las películas, que no escondieran un cadáver en el armario… sin mencionar que lo que para unos es un acto de justicia, para otros es una fechoría reprobable.
¿Entonces?
Una respuesta fácil sería el relativismo. Algunos se empeñan en diluir todas las conductas en un gris que las iguala: “lo mismo un burro que un gran profesor”. Otros encuentran, siempre, justificaciones, subterfugios, explicaciones que hacen, como aquel teólogo, de Judas el verdadero redentor de la Humanidad. ¿Y por qué no? ¿Hubo alguien más calumniado?
Otra posibilidad es la comprensión y el análisis. “Los hombres, quiso decir los seres humanos, hacen su propia historia pero no en las condiciones que eligen”, escribió un señor de Tréveris hace casi dos siglos. Una historia de buenos y malos siempre resulta cómoda; el problema es que tal no es historia, sino historieta y, además, mala historieta. O documental de Story Channel.
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